Cultiva secretamente una nostalgia de futuro y una creciente hostilidad hacia el entorno, suma tiempo y libertad para vivir intensamente cada palabra de los libros que lee, va y viene de casa a la taberna o al parque Guell con la novela en el sobaco y el brazo en cabestrillo, con mirada desapasionada pero sombría y con ojera románticas, arrebatadamente despeinado y vistiendo con cierto desaliño, pero siempre con una tiesa y perseverante cortesía interior, una fervorosa gentileza que no tarda en convertirse en la expresión de un sentimiento de desarraigo y soledad.
Juan Marsé, “Caligrafía de los sueños”, Debolsillo.
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